lunes, 16 de mayo de 2011

El mundo y sus ventanas

De niña, una noche de verano, mientras tomaba el fresco en la calle con mis padres, tíos y demás vecinos – era algo típico- me fijé en las ventanitas con luz que a lo lejos se veían en el único bloque de pisos que por entonces había en el barrio. Recuerdo las pequeñas sombras o figuras que se movían en el interior. Puede que en ese momento, me diera cuenta de que mi mundo, no era el único existente. Que esas figuras eran cada una de ellas, su propio mundo y así sucesivamente hasta el infinito.

Anoche, mientras daba un paseo por mi actual barrio, acera abajo por la vía Lusitana, a mi izquierda , quedan las ventanas de los pisos bajos. Estos están a pie de calle y vivir en estos pisos es, sin mas remedio, compartir la vida con el resto del mundo y, así lo hacen con total naturalidad, tan acostumbrados a la situación ya que así ha sido desde hace más de 50 años. Hay veces que, sin querer, uno se fija en detalles que están tan a la vista, tan expuestos, pero que aún siendo así, uno se siente invasor. Como si precisamente por esa exposición tan natural, uno debería cerrar los ojos y no mirar y, respetar.

Si ahora cuento esto, es porque obviamente, no respeté y miré y, ví… ví una persona, una mujer de unos 85 o más. Por lo que pude deducir y la hora que era, acababa de terminar de “cenar” ya que encima de la mesa camilla, había un envoltorio que parecía contener mortadela o similar (por el colorido rosáceo) , había un cuscurro de pan y una botella con agua. También había encima de la mesa 2 cuencos no muy grandes. Parecía como si los 3 comensales ya hubiesen acabado con las viandas ya que encima de la mesa, había un vaso de cristal con agua y una dentadura postiza en remojo, cosa que indicó lo anteriormente expuesto. Digo 3 ya que ella compartía mesa con 2 gatos medio despeluchados y huesudos, viejitos, como ella. Los tres estaban sentados en un sofá de skay con un tapete de crochet en el respaldo y cojines mullidos de igual elaboración. A cada lado de la señora, recostados sobre ella en forma de rosca y, moviendo la cola felices de la vida, se encontraban los gatos. Parecía como si los 3 estuviesen juntos viendo el televisor, compartiendo sin perjuicios su vida y en su mundo.

Colgado en la pared de enfrente, había un viejo teléfono de baquelita negro, de los de rueda o disco y, pensé convencida que, aquel teléfono no funcionaba y, de hacerlo, no la hacía ninguna falta recibir llamadas.

1 comentario:

  1. Bonita entrada. A veces las ventanas son como pequeñas pantallas de cine (Hitchcock lo mostró muy bien en “La ventana indiscreta”), y nos permiten presenciar, casi por casualidad, escenas tan tiernas (si bien un poco inevitablemente tristes) como esa.

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