Hace unos años, cuando aún había un poco de todo lo que la naturaleza  nos ofrecía y, a disposición de todos... recuerdo una  noche de luna  llena en la que decidí ir a coger cangrejos de rió.  Mis padres tenían  por entonces una casa en  medio de un monte perdido y allí había un gran  río y este, con la corriente había creado en un recodo, un chortal   idóneo para ¨cangrejear¨. Se estaba de maravilla, la luna se reflejaba  en el agua y provocaba agarrarla... allí  era tan fácil compartir con el firmamento. Aunque era verano, a esas horas de la madrugada, se  percibía un frescor purificante, los mochuelos, los buhos, los animales  bajando al rió a beber agua tranquilamente, inmejorablemente  acompañada. Eché los reteles y a esperar. La oscuridad y los sonidos  de la noche empezaron a excitarme, notaba cada milímetro de mi piel, mis  músculos empezaban a tensarse, no sé si por el fresco que hacía o  porque empecé a tener miedo, la inmensidad de la noche me estaba  atrapando y me sentía diminuta, no, diminuta no, casi inexistente. De  repente, empecé a ver cosas que dudaba que estuviesen sucediendo. A  unos 50 metros, veía luces por el medio del chortal  y enseguida pensé  que eso era casi imposible sin hacer ruido en el agua al caminar, a la vez  imaginaba que en ese caso sería alguien en una barquichuela remando y  que iba acompañado ya que no solo era una luz la que veía, sino que ya  eran 4, claro , no podía remar a la vez que portar las 4 linternas, con lo cual deberían ser 5 en total. Mi cuerpo empezó a perder calidez, y  mi nariz se congeló, el corazón se me salía por la boca y decidí  prepararme sin hacer ruido, para lo que pudiese llegar a suceder. Me  levanté con cuidado ya que estaba sentada en la hierba y me agencié un  palo, vaya palo, como para defenderme de 5 supuestos atacantes. Pensé  que de esa no iba a salir ilesa y veía mi cuerpo flotando por el río, ya  que hasta me pareció ver que esos 5 traían palos aun más grandes que el  que yo había encontrado. Ya no escuchaba a los buhos ni veia la luna  reflejarse en el chortal y, mucho  menos me importaban las estrellas. Me quede quietecita a la espera... al cabo de unos minutos las luces se  hicieron más grandes y más hasta poder llegar a divisar a los cuerpos  del delito.... un grupo de luciérnagas que se estaban paseando y  disfrutando de la noche, tal y como lo estaba haciendo yo,  al menos  hasta que ellas aparecieron. En mi vida he sentido tanto miedo provocado  por mi misma , por mi imaginación, como en aquel momento. Recogí los  reteles y corrí  campo atreves hasta llegar a la casa, aunque sabía que  no había sido real, lo viví como tal y me atrapaba una sensación de  alegría y aun de miedo, por tal y como la había vivido, con esa  intensidad.
Siempre digo que, hay que tener miedo al miedo.
lunes, 22 de noviembre de 2010
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