sábado, 1 de agosto de 2015

Borrador


Este domingo no solo ha puesto broche a su correspondiente fin de semana, sino que ha acontecido como un solemne acto de clausura de una etapa de mi vida …,

Estas dos líneas superiores formaban parte del borrador que inicie hará dos meses. No es que no siguiese escribiéndolo, mas no sobre papel.

En los últimos años he escrito mucho pero todo ha quedado en el inmenso borrador del pensamiento. A veces, me invade una leve sensación que interpreto como si de una auto-pregunta se tratase y que otra sensación igualmente leve, me responde. Ambas sensaciones las identifico como parte de una oquedad, aunque no un vacío.

Ahora me hago la pregunta sin que esa sensación de la que hablo me acompañe y, la respuesta sigue siendo la misma, no lo sé … me gustaría seguir escribiendo con cierto ritmo ya que esa satisfacción la echo en falta pero a la vez no siento carencia por no hacerlo.

este domingo he entregado las llaves de la casa del pueblo a la inquilina. La casa que de la noche a la mañana me convertí en dueña aun rezando para que algo me impidiese serlo. Durante 6 años me estuve obligando a creer que estaba enamorada del pueblo y que convertiría esa vivienda medio ruinosa , en una casa repleta de mí. Llegado ese momento, una vez pagado el precio de esa obligación interna, cuando la casa llegó a ser yo, entendí que no estaba ni enamorada del pueblo ni de la casa y lo que durante años me negaba ni a tantear, lo hice en unos días, deshacerme del vínculo que había esculpido a cincel en mi sentido de culpabilidad. Si, culpabilidad por haber hecho lo contrario a lo que sabía debía haber hecho, comprar es casa. Culpabilidad por haber arrastrado a mi hijo a acompañarme en esta locura que tampoco era la mía.

En un fin de semana he dejado la casa vacía de mis enseres personales. Allí había llevado todo lo que aquí en mi casa de Madrid ya no sabía ni qué hacer con ello. Cientos de objetos grandes y menos grandes, antiguos y menos antiguos, cositas que algunas había ido guardando y coleccionando desde la niñez. Por mucho que intenté hacer hueco de nuevo para traerles de vuelta a casa, no había forma, o, simplemente era la excusa, el momento propicio para deshacerme de todos “ellos”… si, ellos, ya que les consideraba a cada uno como único y parte de mi vida. Esto puede no sonar a  evento atípico, cada día se alquilan casas y se tiran a la basura millones de enseres, pero esta es mi situación, mi momento. El momento de reconocer que soy sola, que no significa lo mismo que estar sola y, que para que no deje de saberlo, para cerciorarme ya de una vez que así es y que no debo entenderlo de otra forma, la vida quiso que nadie estuviese disponible para ayudarme ese fin de semana a desmantelar y limpiar la casa. Lo hice sola y he de aceptar la situación como parte del aprendizaje de existir. Experimenté un momento de rabia por el hecho de hacerlo conmigo misma ya que no me cuadraba el por qué  y,  otro tipo de rabia cuando no podía físicamente transportar hasta el coche bolsas pesadas para llevar al vertedero, o, cuando un tornillo estaba demasiado apretado y no tenía la fuerza suficiente, cuando un tablón se caía hacia mí y yo sostenía otro, cuando todo esta tan revuelto que lo que quieres es tirarlo todo sin más y, eso es justo lo que  hice. En este caso sin rabia y con total cordura de lo que estaba a punto de hacer, de lo que estaba ya haciendo.

 Llegó el momento de percibir aquello que llevaba acompañándome desde siempre como un gran lastre y empecé a meter cosas y más cosas y muchas más en el maletero del coche y directo al vertedero. Así hasta 7 viajes y, punto y final. Pienso que de haber estado acompañada la cosa hubiese sido distinta, si alguien me hubiese ayudado a reubicar todo lo que había por medio, todas mis cositas,  pero eso nunca lo sabré. A mi regreso a Madrid, a mi  casa, ya una vez finalizado todo, agotada y satisfecha, estaban allí mi hijo de 21 años con su novia sentados tranquilamente ante el televisor, con aparente total normalidad. Algo flotaba en el ambiente, el oxígeno lo percibía  sólido impidiéndome acercarme a ellos con la usual alegría después de no haberles visto en unos días, mis ojos no querían encontrarse con los de mi hijo… la razón/sinrazón  no me permitía hacerlo pero el corazón me dictaba lo contrario, y le di un fuerte abrazo. Al cabo de unos días, le dije que si es que no me iba a preguntar por el tema de la casa, que si se sentía mal por no haberme ayudado en nada y por eso lo evitaba. Hubo palabras de excusa y casi llego a convencerme de que ni se dio cuenta de la necesidad de ir a ayudarme.

Algo en mi ha cambiado desde entonces. Me he liberado de la carga del vínculo que forzaba mantener con el pueblo y la casa, y el vínculo que mantenía con mi hijo y su novia, se ha distanciado, creo que para bien ya que ya no compartimos los fines de semana en aquella casa y de esta forma cada uno de nosotros podrá evolucionar por separado, como debe ser.

Si analizo este escenario, lo que me ha sucedido con la casa y el pueblo, para mi es de gran similitud a lo que reconozco como matrimonio. El matrimonio es como mi casa, algo que llegado el momento de contraer, nos invaden distintas sensaciones sin saber identificarlas, dudas, miedos, inseguridad, expectativas sean falsas o no, seguido se da una etapa de adaptación, otra de inadaptación, de amor, desamor, continuidad, vínculos, auto convencimiento, entendimiento y resolución. No siempre se llega a los dos últimos pasos, para bien o para mal. Pero lo importante bajo mi punto de vista, es vivir la realidad sin engaños propios ni ajenos.

Hoy vuelvo a retomar este borrador después de un par de semanas. Ayer una amiga me sugirió ir al cine, me dijo qué película la parecía interesante ir a ver, la dije que sí  y  de lo único que me enteré era que sería en versión original, y en un cine lejano a mi domicilio.  Tomamos unas cervecitas heladas ya que hacía más de 38º  y charlamos distendido. Algo a lo que yo hice mención fue a lo que he comentado en el párrafo anterior lo cual ella estaba totalmente de acuerdo y añadió, que a ella le sucedió algo parecido durante años y que cuando quería haber acabado con su relación, hizo lo contrario a lo que realmente deseaba y se casó con él en vez de dejarlo. En la actualidad, están separados.

Aprender a conducir , se llamaba la película que fuimos a ver anoche y, aunque “sencilla” está llena de grandes matices, estos, idénticos a los que habíamos estado comentando mi amiga y yo antes de entrar al cine, justo lo que comentaba yo en aquel párrafo superior. Matrimonio aparentemente bien allegado, compartiendo cultura e intereses, afinidad y, de la noche a la mañana él la deja por otra. Ella no entiende por qué ha sucedido ya que su vida en común era perfecta. Ella trabajaba insaciablemente, solo vivía para la palabras – era crítico literario- y sus libro. La película transcurre con golpes y caídas maravillosas, como la vida misma. En una secuencia, cuando el abogado que lleva el divorcio a ella le comunica la posibilidad de tener que dejar la casa familiar, exclama; Esa casa soy yo!!  No la voy a dejar, esa casa soy yo! Ahí se ha criado mi hija, hemos sido felices! Entremezclando palabras y pensamientos, entre dientes, se la escucha decir en asombro; solo leíamos y leíamos, no hacíamos el amor, nos ignorábamos, yo les ignoraba. En ese instante es cuando la realidad aflora y ella se da cuenta que gran parte de su vida en matrimonio ha sido una farsa.

Ella decide sacarse el carné de conducir ya que hasta el momento de su separación jamás pensó en sacárselo pues su marido conducía. Está claro que no importa el estatus social ni cultural, a muchas nos ha pasado esto mismo, por ejemplo, a mí.

No solo me saque el carné de conducir al divorciarme, sino que durante muchos años ( no quiero ni hacer mención de la cantidad) había temporadas que me engañaba viendo una falsa realidad, yo quería ver que todo era perfecto cuando no era más que todo lo contrario.

Me ha vuelto a suceder con la casa del pueblo, me he vuelto a engañar,  y seguro que me pueda suceder de nuevo. Auto- engañarse no es más que algo natural del ser humano, una herramienta de autodefensa , un antídoto que en vez de liberarnos de los efectos del veneno, nos envuelve en ello acabando con nuestra existencia lenta y agonizantemente.  

 

Más de tres semanas transcurridas y de nuevo por aquí, espero poder dar la última puntada a este montón de palabras.

Una semana atrás dan las 04:00 y, arriba!!  Toca coger el coche y rumbo a la playa. Puede que esta no sea la última vez que me acompañe mi hijo, pero me gustaría que no volviésemos a ir juntos en algún tiempo. Puede que lo que siento yo lo sienta él también ( aunque lo dudo) y no lo sepa identificar, pero yo debo ayudarle a que lo vea y a que no se sienta culpable por vivir su propia vida.

Lo hemos pasado bien, los 3. Mi hijo , su novia y yo.  La gente se cree que los dos son mis hijos, con eso digo todo y lo que digo, se que es absolutamente maravilloso.  Ayer, de regreso a Madrid, nos pillaron varias tormentas de granizo y lluvia con fuertes rachas de viento. Andrea estaba muy asustada y me decía de parar en el arcén hasta que pasase la tormenta. Yo en cambio estaba excitada de pasar esa experiencia… les dije; chicos, tranquilos, esto para mi es pan comido. Como no lo iba a ser después de haber estado yendo a Burgos durante más de un año fines de semana alternos, subiendo y bajando el puerto de Somosierra nevando y chuzando, de noche y de día. Y, nuevamente me dije; Sila, otra vez te pasó en esa época lo del párrafo superior. A la vez, escuchar y sentir la piedra de granizo golpear bruscamente el coche me recordó otra cosa que me enterneció a la vez que me hizo sentir dolor en mi corazón… justo Andrea hizo referencia a hace unos años cuando hubo una tormenta similar que dejó los coches del barrio marcados para siempre, llenos de abollones y me preguntó que porqué el mío no lo estaba. No lo estaba, porque ese día yo había llevado a mi madre al hospital y allí no había azotado la tormenta a pesar de estar en la misma zona. Al llegar a casa y ver todos los coches en el estado que se encontraban, mi madre me miró con esos ojitos suyos y me dijo; al menos el haberme llevado al hospital ha salvado tu coche. Al día siguiente la volví al llevar de urgencias y allí acabó sus días, pasados 30. Curiosamente, la enorme granizada de ayer no ha dañado la chapa del coche…

Hay una canción que me parece de lo más empalagosa por la forma que tiene de cantar el intérprete, yo le llamo el llorón y creo que muchos así también le denominaran. Se trata de “You’re Beautiful” de James Blunt.  A pesar del empalago he considerado totalmente real y posible lo que cuenta. En dos ocasiones lo he sentido en estos días de vacaciones… una de ellas durante la visita al “Parque Regional del Calblanque” mientras avistaba aves en las salinas. A lo lejos en las piscinas de sal de color rosáceo, entre los flamencos, apenas se percibía una silueta humana entre los rayos del sol de atardecer. Me parecía una fusión perfecta, maravillosa, digna de poder observar. Pasados unos minutos y debido al caer del sol empezó a invadirnos un banco de mosquitos y salimos pitando de allí y también lo hizo el hombre que era aquella silueta humana. Me di cuenta por el sonido que le acompañaba. Giré la cabeza y allí estaba. Le dije, me has asustado con ese sonido tan peculiar que generas al caminar con ese traje acuático – botas de pescador hasta la cintura sin más… bueno, sin más no, con él dentro- y me responde; es agua que ha entrado y es lo que hace ese ruido. Nos miramos sonriéndonos y sabiendo que podríamos haber entablado cualquier conversación, haber tomado una cerveza, paseado por la playa, cualquier cosa. Cada uno cogió su coche y el polvo del camino borró todas las ideas que habían llegado a mi pensamiento. De regreso, ayer hicimos alto en “Baños de Mula”, baños termales de la época romana que siempre que ando por la zona me gusta visitar. En esta ocasión, he encontrado el sitio de un deprimido aplastante. Toda la región me lo ha parecido y creo que no es buena idea regresar después de mucho tiempo a los lugares donde lo has pasado bien o han gustado.  Al llegar a los baños, el local estaba completamente vacío y ni el dueño estaba allí pero las puertas abiertas de par en par. Holaaaaa!!! Hay alguien?? Una cabeza asoma por una ventana y nos dice; son 3 pues las piscinas de atrás son las grandes, 20 euros la hora. 30 minutos fueron suficiente ya que aquello era asfixiante. Salimos a la recepción, e igual, nadie había pero, olía que alimentaba a paella. Justo allí en la barra del cochambroso bar, había una sartén con arroz que a simple vista se percibía duro, y un hombre con tenedor en mano comiéndolo. Ya hemos acabado, le digo y le entrego los 20 euros. El me mira con sus ojos azules, enormes, sonríe tímidamente con ganas de decir algo , mostrando unos dientes perfectos y blancos, barba desarreglada al igual que el pelo, ambos entre rubio y canoso, no muy alto, muy Cartaginés, me encanta! Al igual que en el caso anterior, podría cantar:

You're beautiful. You're beautiful.

You're beautiful, it's true.

But it's time to face the truth,

I will never be with you.   

  Y aquí convierto este borrador en lo que quiera que sea.