Ayer fue 5 de Enero, día de los ¨Reyes Magos de Oriente. Otro más, ya van 60. Me veo como uno de esos muebles viejos esperando a que transcurridos otros tantos, se convierten en piezas de anticuario, teniendo en consideración, que ese, nunca será mi caso.
El día 5 de Enero de 2011, colgué uno de mis posts preferidos,( haré copy/paste al final) aquel que me transporta a finales de los años 60, a la niñez más dulce y cálida que se pueda imaginar. Debido a aquellas experiencias vividas por reyes, es que no dejo de buscar el roscon de reyes auténtico. Entonces, en aquella época y bastentes años  después, los roscones se elaboraban la noche anterior a reyes y,  se distribuían de madrugada para que las panaderias y bollerias estuviesen listas para la llegada de sus clientes de toda la vida. Ahora, gran parte de los roscones que comemos, pueden haber sido elaborados hace un año, o puede que dos. De alguna forma, se puede llegar a entender aunque no a comprender, somos demasiados y de seguir aquellas pautas de elaboración, los costes se dispararían de tal forma, que sería bocado para unos pocos.   
 Publicado 5 de Enero de 2011.
Hoy es 5 de Enero, está oscureciendo y todos los niños del barrio 
andamos como locos. Nevó justo en el día de Navidad y aun está todo 
cubierto por un manto blanco, esponjoso y limpio, sonoro, lleno de vida.
 Las chimeneas de las pequeñas casitas del barrio , están humeantes y, 
entre el humo, se ven algunas chispitas candentes, debe ser de los 
trocitos de leña que se disparan desde el interior de las salamandras, 
pero a mi me parecen estrellitas. El ambiente está impregnado de un 
maravilloso aroma, el de azahar. No se si este aroma tiene algo que ver 
con el jolgorio que tenemos todos los niños, pero seguro que sí. Justo 
al lado de casa, hay un horno de bollos, donde hacen los mejores 
roscones de reyes del mundo entero. Observo, que ya empiezan a llegar 
los chavales, los más mayores del barrio, a la puerta de la bollería. En
 breve saldrá el bollero a seleccionar al grupo que necesita para que le
 ayuden en la labor de la elaboración de los roscones. La curiosidad me 
corroe y después de un rato de espera, decido entrar a ver que se cuece 
en el interior de la bollería. La fachada del edificio está cubierta de 
uralita de zinc y la puerta de entrada no es muy grande. Entro casi a 
oscuras, solo entra luz de espaldas, hay un pasillo no muy ancho, mas 
bien del mismo tamaño que la puerta, el suelo es rojizo , las paredes 
laterales parecen de color ocre, pero no lo puedo distinguir ya que la 
luz cada vez es más tenue. Según me aproximo al ecuador del pasillo, la 
luz que proviene de atrás deja de iluminar y lo hace la que sale de 
enfrente de mi, la del final del pasillo. Dudo en seguir o dar marcha 
atrás pero, decido continuar. Puedo escuchar al bollero dando órdenes a 
los chavales, también se oyen sus voces y sus risas, solo son chavales y
 para ellos, esta noche no es de labor, sino de una especie de juego 
encantado y, efectivamente, encantado parece el lugar. Asomo mi 
hociquillo y me ve el dueño, me dice; Sila, ven, pasa !! pero no te 
arrimes a las máquinas y mucho menos al horno. No soy desconocida para 
el ya que Almudena, su hija, es una de mis amigas. Obedezco sin recelos.
 Esta es mi gran oportunidad de fisgonearlo todo. Según entro, a mi 
derecha, se encuentra una enorme mezcladora o amasadora, tiene dos 
enormes brazos metálicos que no dejan de aporrear los ingredientes que 
se encuentran en su interior, bum bum bum, así es como suena bum bum 
bum. En el medio de la sala se encuentra una larga mesa que ocupa gran 
parte del espacio, en ella, se encuentra la “Joya de la Corona”, los 
rosconcitos, pequeñitos y llamativos, aun sin cocer, tan blanquecinos 
pero tan destacables ya, con sus trocitos de frutas escarchadas de 
diversos colores. Hay harina por donde se mire, por los suelos, en la 
mesa, en las manos de los chavales y hasta en la puntita de mi nariz y 
entre el trenzado de mis coletas. Todos llevan delantales blancos al 
igual que los gorritos. Miro a mi alrededor y creo estar dentro de uno 
de esos cuentos Navideños, mi propio cuento… uno de tantos. La gira 
continua y noto un calor especial , un calor que desprende olor, un olor
 dulce. Es hora de abrir el horno para sacar los roscones que ya están 
horneados, en su punto. Que gran diferencia de cuando aun están en la 
mesa, ahora ya son grandes, gordos y son dorados, y solo dan ganas de 
hincarles el diente . Preparan otra hornada , esta ya no veré su 
resultado ya que el dueño me dice que debo irme ya, que tienen que 
atizar el horno y que eso puede ser peligroso ya que a veces, los trozos
 de carbón en ascua pueden saltar y me podría quemar. El horno, ese 
particular dios del fuego, lo más parecido a lo que se llama “infierno”,
 pero eso si un infierno dulce y perfumado. Me alejo muy obediente y 
según lo hago, abren la escotilla para alimentarle y ruge como condenado
 pidiendo más y más, giro la cabeza y una lengua de fuego quiere escapar
 de su encierro. Que susto!! corro que me las pelo... vuelo. Estoy en la
 calle, atrás dejo esos momentos mágicos, hace mucho frío y corro a 
casa. Llaman a la puerta , es mi abuelo, que como cada año, nos trae el 
roscón de reyes. Tengo una gran idea! voy a buscar la aguja de punto y 
sin que nadie se entere, pincharé el roscón y localizaré el haba de la 
suerte. Mañana, cuando mi madre me pregunte por donde quiero que se 
empiece el roscón, apuntaré en el lugar exacto.