viernes, 8 de marzo de 2013

AIRBAG

El habitáculo compartido durante el trayecto se tornaba incómodo a veces. No por ser este reducido sino por el hecho de compartirlo… por el hecho de no tener más remedio que permanecer allí sentada, por el hecho de poner en duda si quería estar allí, por el hecho de saber que a la vez sí quería… por el hecho de querer poder no tener que entablar conversación y por el hecho de tener la necesidad de entablarla. Por todo ello y, posiblemente por más, el espacio compartido se convirtió en una especie de “airbag”.
Después de unas decenas de kilómetros compartidos, una parada en un lugar supuestamente de usual rigor, elegir entre unas viandas y vino ambos de origen, seguimos rumbo al destino elegido. Una vez arribados y, con ganas de complacer al estómago, entre niebla y lluvia meona, con un frio de un par de narices, allí en lo alto de aquella montaña, encima de una enorme piedra suavemente forrada de musgo, improvisamos el particular banquete. Navaja cabritera en mano para ir cortando encima del trozo de pan el delicioso pedazo de chorizo, el tocinillo de beta y el trago de vino, a morro.

Invitados estáis, se les dijo a unos montañeros que, se arrimaron a darle un trago al vino para acto seguido continuar su trayectoria la cual, les seguiríamos nosotros tan solo unos kilómetros. La niebla espesaba cada instante y hubo frustración por su parte ya que el escenario no era el que se quería mostrar pero, cuando de naturaleza se trata, esta es dueña de sus actos y no se deja controlar, de ahí , su hermosura y atractivo constante.
Poco a poco la vista fue habituándose al entorno, a esa densa opacidad y de repente pude ver a lo lejos lo que parecía un pequeño islote y esforzando un poco más la vista en su reflejo al ras vi lo que parecía ser un lago. En ese instante me dio la sensación de que en cualquier instante aparecería remando Caronte . Sí , allí precisamente ante mí se encontraba una de las lagunas y esforzando un poco más, ¡los vestigios del glaciar! Todo se tornó perceptivo, el sonido de las cascadas, de mis mismas pisadas, de los pájaros trinando, de mi respiración, del latir de mi corazón.

Ya de regreso se hizo un alto en un mirador desde el cual apenas se divisaba el otro lado del valle. El cielo no estaba gris, más bien negro. Posicionados uno al lado del otro, sin más… mirando al frente , cada uno con sus propios pensamientos y sensaciones, a través del oscuro algodonar celestial se abrió un diminuto agujero por donde un rayo de sol desesperadamente se hizo camino y, al igual que cuando se abre el telón lentamente en cualquier escenario, como utilizando un puntero láser señalizando… ese rayo de sol nos fue abriendo con su luz centímetro a centímetro dando vida y color a la inmensidad del valle y cerrando tras de si lo ya alumbrado, ofreciéndonos sin mas y haciéndonos saber lo que puede siempre haber al otro lado.

Allí en silencio, mirando de reojo el uno al otro, supe en ese instante que el “airbag” ya se había desinflado dando paso a la apertura del telón.