lunes, 3 de enero de 2011

Palabras

Un padre dijo a un hijo antes de salir de casa, cuando este se dirigía a clase el día de los exámenes finales: No me decepciones... el hijo miró al padre y el padre al hijo y esto fue todo. Que menos que la palabra ¨suerte¨, pero ni eso. Decepción: pena que sentimos cuando algo no es como esperábamos. Decepción, desilusión, desengaño, todas ellas parecen palabras penosas, de un sufrimiento inmensurable que solo reside en uno mismo y que es causado por agentes externos, cuando el motivo que desencadena llegar a tal estado, a veces, muchas, es el propio egoísmo de cada ser. El padre teme la decepción que las posibles malas notas de su hijo puedan ocasionarle, teme a la desilusión pero, ¿ qué piensa su hijo de él, de su comportamiento ante su posible fracaso? no cree el hijo que su padre le está decepcionando por no intentar entender que él hace lo posible por evitar esa decepción mutua. El hijo lleva a cuestas su propia decepción y la de su padre, se siente culpable porque cree que las notas han sido insuficientes, no soporta el desengaño que su padre pueda sentir. El hijo siente decepción, pero en este caso, no está siendo egoísta, como lo estaba siendo su padre. En este caso, en el del hijo, la palabra decepción, sí es penosa ya que el hijo no siente decepción de su padre porque no sea el mejor padre, sino porque ese, es su padre. El desengaño, la decepción van relacionados casi siempre al egoísmo propio, cuando no se nos da lo que queremos, pero, ¿ donde está el límite de nuestras exigencias?

2 comentarios:

  1. Hace mucho tiempo, alguien de mi familia (que no era ni mi padre ni mi madre), me dijo cuando yo empezaba el BUP de entonces: "no nos dejes quedar mal". Hoy estoy convencido de que uno no tiene que responder de nada mas que ante si mismo.

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  2. Eso de ponerse en lo peor no me parece una buena estrategia; creo que lo mejor sería, primero ayudarle a estudiar si la cosa estuviera como para eso, y luego, darle toda la confianza y el ánimo para que enfrenten el examen relajados y seguros. Uno siempre funciona mejor sin ultimátums, líneas rojas o malos rollos. No digo que uno tiene que ser colega de sus hijos, sino su madre o su padre, alguien próximo y querido que hará siempre lo mejor para ellos, aunque ellos no lo entiendan de momento. La disciplina no está reñida con el buen rollo, y así como los padres enfrentan sus responsabilidades, deberán los hijos asumir las suyas, como un entrenamiento de lo que habrán de lidiar más adelante; pero con el músculo suficiente.

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