domingo, 20 de febrero de 2011

Crisis

Ayer, fue un día de niebla espesa. Desde el ventanal, podía observar los brazos retorcidos de la parra, renegridos, con apariencia fosilizada. La luz que entraba a la sala, era tenue. Escuché las campanadas de la iglesia, las del medio día. Es un campanario centenario. Puedo distinguir la melancolía que emerge de su sonido, ese que no se expande, ese que se mantiene encriptado, que tan solo gime en el tiempo. Me preparé un brebaje caliente y, mientras calentaba mis manos apretándolas contra la taza ardiendo, miraba a mis viejos amigos, esos que descansan en las estanterías de la librería. Esos ancianos, que aunque ya jubilados, no pierden su lucidez.

Repasé títulos por encima y, llegue a uno que es especial para mi. Lo es, porque en este, una mañana de primavera, mi padre y mi hijo, que por entonces tenía no mas de 3 años, me trajeron de regreso de su paseo matutino, un ramito de margaritas. Les dije, meterlas aquí, entre las hojas de este libro que tanto me gusta. Así lo hicieron. He abierto el libro en varias ocasiones desde entonces y siempre depositaba el ramito en el mismo lugar. Ayer, lo abrí y brotaron lágrimas de mi. Imaginé las manos fuertes y serenas de mi padre preparando delicadamente ese ramillete, esas manos que tanto decían de él. No sé por qué, pero las florecillas habían cambiado de lar, y justo estaban separando o, marcando el siguiente texto que, acompaño a este otro:


Poesía y prosa

Juan Ramón Jimenez

Un dato del prólogo: Solo nos queda avisar al lector que Juan Ramón, que cuidaba extraordinariamente el aspecto editorial de sus publicaciones, se valió de una peculiar ortografía que modificaba en muy poco la de la Real Academia Española: Unifica la variedad ge, je y gi, ji en las formas je , ji y otras veces, prefiere el uso de la s en vez de la x , en palabras como estasis, escrito a su manera. Con lo cual, respetando sus preferencias, así lo voy a escribir para nosotros.



La crisis de esta época hermosa y horrible a un tiempo, que nos ha tocado vivir por fortuna o por desgracia, no puede considerarse por aislaciones; es completa, ya que se funda en un cambio absoluto de sentidos fundamentales cuyo progreso y regreso se ramifica viciosamente como una ahogadora vejetación, en la segunda mitad del siglo pasado. Es una verdadera revolución universal, profunda y alta a la vez que rastrera y ruin de los ideales abstractos o concretos, absolutos o relativos, comunes o individuales. Y digo comunes o individuales, absolutos o relativos, abstractos o concretos, porque en nuestro tiempo ha aumentado hasta lo inconcebible la oposición entre los modos de existir, y tienen la misma importancia y mayor que nunca a la vez, y separados o unidos, el individuo, lo absoluto y lo abstracto que lo relativo o lo común o lo concreto. Voy a fijarme en tres de estos aspectos fundamentales en crisis. El de la relijión o teolójico, el de la belleza o estético y el de la verdad o filosófico.


Ideales relativos o absolutos, insisto. Todos los hombres llevan dentro un ideal en inmanencia, pero no todos pueden encontrar el camino de su vocación, Los ideales provisionales pueden suplir en los tiempos angustiosos de espera o de indecisión estos ideales vocativos necesarios, sobre todo en personas de escaso cultivo, cultivo superior en este caso como en tantos otros a cultura. El ideal relijioso es como un cobijo colectivo, la cúpula que dijo Goethe, que ya está , sino definido, por lo menos muy propagado, como su fuera una enfermedad contajiosa que hay que pasar de niño o de muchacho, porque sino, sería mas grave en la vejez; pero como nuestro mundo camina en progresión jeométrica porque los descubrimientos de toda índole, más numerosos cada día, multiplican hasta el infinito sus posibilidades, cambian por completo y deprisa nuestros fundamentos de creencia, y el ideal colectivo tiene puesto por encima del petardo monstruoso que Ibsen quiso ponerle por debajo del Arca de Noé, la única revolución, dijo el noruego, que él no consideraba obra de farsantes.


En nuestra época no sería ya posible continuar con el ideal relijioso cobijador sobre las bases de premio o castigo eternos, por ejemplo. La solución habrá que buscarla en el sucederse de nuestros propios sentimientos pensativos, en la conciencia mejor jeneral, tan posible como conciencia de algunos particulares, de responsabilidad individual que decidiera casi automáticamente del amor, del alimento, del trabajo. Es decir,que en vez de buscar el paraíso posible fuera y mañana, haciendo méritos de internado inquisitorial, lo podemos encontrar, más cada vez, dentro, encuentro natural, tanto más seguro y hermoso, como es la propia mirada auténtica que la lójica busca artificial.


En cuanto al ideal estético, tenemos el mismo progreso, y por lo tanto , la misma crisis. Las crisis no vienen nunca de la normalidad. Crisis significa, en cierto sentido, enfermedad y trastorno. No nos bastan ya los convencionalismos tradicionales del arte; estamos realmente trastornados o enfermos como lo está el mundo de que formamos parte como un átomo de nuestro organismo propio, es parte de nosotros mismos; y como los ideales relijiosos hemos de separarlos necesariamente de los dogmas establecidos, respetando sólo los indestructibles. Es decir, que así como despojamos la idea de dios de todo ese fárrago convencional y retorcido y de esa carga insoportable de atributos y definiciones que los siglos han ido superponiendo sobre ella como sobre el veneno de una mina, debemos desnudarla hasta conseguir lo que diríamos una belleza en limpio, el diamante limpio de veneno como un dios en limpio o en blanco. Un retorno a la inocencia, después de muchos intentos vamos de sabiduría.
Muchos artistas contemporáneos, poetas, músicos, pintores, etc., vuelven a lo primitivo o lo infantil para librarse de ese horrible fardo que la crítica inútil ha echado encima de la belleza. Es como si un río con un arrastre insoportable ya de orillas desechadoras volviera en columna de agua por el aire a su fuente, que en este caso es nuestra propia inmanencia inefable. Repetiré siempre quelo inefable existe, puesto que tiene un nombre, sé yo que existe y su espresión está no en definiciones que serían imposibles o serían su muerte, sino en el milagro intuitivo, siempre posible; en un balbuceo conciente de su sencillez, de más profundidad que cualquier sumerjirse angustioso en fondos de término.
Y con la verdad pasa lo mismo. Estamos convencidos de que la verdad absoluta no la podemos conseguir sin la verdad circunstancial suficiente, con arreglo a las condiciones de nuestro propio planeta, verdad que a caso no serviría para otro planeta de distintas condiciones, como no serviría nuestra ciencia emerjida de nuestros fundamentos físicos y químicos leyendescos o históricos, en otro planeta de otras condiciones también. Lo mismo que la relijion y la belleza, en este caso, la verdad tenemos que buscarla en nosotros mismos, en algo que no tiene nada que ver con la teoría atómica ni con la ley de la gravedad, ni la de la formación de los astros, ni con los supuestos del orijen de las espécies, etcétera, sino que depende exclusivamente de nuestro propio sentimiento humano, igual que si el pensamiento o el sentimiento hubiesen crecido solos a espensas de la quema progresiva de todo lo demás. Una metamorfosis maravillosa del instinto hacia el sentido cumún, hacia la realidad mejor.
Yo considero el progreso como la llama de una antorcha que no es para quemar cosa alguna, sino para alumbrarlo todo. La antorcha sólo quema al que se la guarda debajo de su capa y no la pasa, por egoísmo avaro. La antorcha es luz y calor, es amor y jenerosidad y cada uno debe incrementar su llama con la propia sustancia de su alma y de su cuerpo. Nuestro cuerpo es el cabo de la antorcha y su llama nuestra alma. Al pasarla a otros damos nuestra alma y nuestro cuerpo, nuestro cuerpo, es decir, lo que sirvió para renovarnos, para sucedernos, para revivirnos.


Yo no soy pesimista en cuanto a la crisis actual del mundo nuestro y considero la solución que me da mi propia experiencia. Aun cuando los inventos físicos se multipliquen, no nos detengamos mucho en los escaparates que los exhiben ni pongamos en ellos, en ninguno de ellos, nuestra fe ni nuestra esperanza que hay que guardarlas para los inventos morales. Si los inventos físicos son como la rueda que nos lleva, que los morales sean como la guia de esas ruedas. ¿Que importa, por ejemplo, un nuevo cepillo de dientes para una mejora de conciencia? confiemos menos en el talento, tan voluble, y más en la vocación, tan segura, que la vocación es la autenticidad. El sentimiento es mucho mas elemental, más fundamental que el pensamiento. Se reacciona más y mejor con un cultivo de la sensibilidad que con una ahitez de cultura más o menos demostrable. El verdadero progreso del mundo tiene que ser moral; y nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra intelijencia, nuestro pensamiento, nuestra conciencia en suma guarda en sí misma todas las posibilidades de virtud y empleo; virtud en el sentido orijinal, y empleo en un sentido final.
El problema está en descubrirnos nosotros mismos nuestra fuente interior, el manadero propio, y en ponernos todos en comunicación por medio de estas linfas, estas aguas puras, cada una en la proporción máxima de su grado de posibilidad variable. El problema es muy sencillo, y si hombres como Buda, Sócrates, Cristo, Gandhi lo han resuelto por ellos mismos y para los demás ¿por qué los demás no lo podemos resolver? Hombres somos todos. Es solo un problema de simpatía humana en el verdadero sentido de la palabra ¨simpatía¨: ¨con el alma¨ con antipatía es ¨contra el alma¨No seamos pues antipáticos, no hagamos mientras esté en nuestro dominio ningún ¨contradiós¨, es decir, contra el oríjen, contra el principio.


Política poética (hacia 1950)

1 comentario:

  1. Ahora recuerdo que en la biblioteca de mi casa materna hay muchos libros con hojas y petalos en su interior, donde los fue guardando mi madre.
    Esos libros, esas hojas y esos petalos perduran.

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