Este fin de semana, iré al pueblo. Desde hace 2 semanas nadie entra en la casa. Aunque no me gusta, están echadas las contra ventanas de madera. No me gusta echarlas ya que parece como que mato a la casa cuando las cierro. Como que el continente es el ataúd del contenido. Estoy imaginando en este instante su interior, todo tal y como lo dejé hace semanas. Siempre me ha gustado imaginarme dentro de una vivienda cerrada, desocupada pero amueblada, formar parte de ese ¨vació¨.
Siento como se posa sobre mi el polvo. Escucho los chasquidos de los muebles quejicosos que se duelen como ancianos, de atención deseosos. La cisterna suspira de cuando en cuando, la vara dando. Las puertas se caen de cansancio al igual que lo hacen sus primas hermanas, las ventanas. Los tubos de la calefacción se deshidratan a la espera , de formar nuevamente equipo con la caldera. Los muros acusan el descuido, llegando a flaquear como lo pueda hacer el más fornido. Las arañas con todo su afán de construcción y, su buena intención, tejen sus telas en zig-zag de pared a pared como sujeción , con el fin de a todas ellas, firmes y erguidas sostener, imitando a aquel Sansón, antes de conocer a la tal Dalila. El bodegón pierde sujeción , desplomándose al suelo y dandome un susto del copón. El frigorífico se mantiene latente a la espera , a veces desespera y consigo mismo se pelea. El sol se hace camino a través de cualquier rendija y, las partículas de polvo revolotean muy vistosas, alegremente, como lagartija. Cae la noche y la luna toma posesión haciendo relevo al sol convirtiéndose en confidente y aliada, de esta que dejó de ser amada.
Llaman al timbre y el eco acaparador, irrumpe esta, mi ilusión.
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Un post realmente acogedor.
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