Se dice que, para querer a los demás, primero hay que quererse a si mismo. Un poco de sentido tiene el dicho, ya que en nosotros experimentamos cada sentimiento existente y distinguirlos supone saber ofrecerlos. Si uno no está a gusto consigo mismo, lo que genera hacia los demás, es el rechazo que siente hacia su propio ser y así sucesivamente con cada uno de los sentimientos básicos que portamos como seres humanos que somos. Lo malo es cuando un ser se quiere sobre todas las cosas y entonces...
Nunca he conocido a alguien que se quisiese a si mismo, sobre y ante todo, como lo hacía mi abuelo paterno. El celebraba su cumpleaños como algo sobrenatural, formaba unas zambras increíbles e invitaba a toda la familia; hijos, nueras, nietos... todos debían hacer acto de presencia ante tal acontecimiento, el abuelo había cumplido años y bendito el día que EL nació. Curiosamente, el hecho de que él siempre nos hacía ver a todos lo importante que era ese día, todos teníamos un co-sentimiento y todos le alabábamos a pesar de que todos sabíamos lo que él había sido y era...
El se casó con mi abuela cuando ella tenía 16 años, era guapísima y el se volvió loco por ella y hasta que no la consiguió, no paró... él tenía unos 22. Mi abuelo trabajaba por su cuenta ya que no quería tener amo y se dedicaba a hacer banastas y a la venta ambulante o trapicheo. Vivían la vida sin escatimar nada, todo para ellos dos ya que nada les impedía lo contrario. Buenas comidas, buen vino, teatro, revistas, todo lo que en aquella época se estilaba y por supuesto, dependiendo del poder adquisitivo de cada cual, como siempre suele pasar. Ellos estaban muy bien económicamente hasta que empezaron a llegar los niños, hasta un total de 9 y ya en época de vacas, algo más flacas. Ya había que trabajar no solo para ellos dos, sino para los que iban llegando. Estalló la guerra y por entonces mi padre que era el segundo, tenía 8 años y ya trabajaba, como lo hacían casi todos los niños de por entonces. Llamaron a mi abuelo a filas y no tuvo mas remedio que ir a pesar de que no quería ir ni a ¨tiros¨. Una vez allí, en pleno frente, empezó a preparar una estrategia e intentar que le dieran por inútil y así regresar a casa. Empezó a fingir ataques epilépticos continuos y ello supuso que le llevaran al hospital de campaña y que los médicos le examinasen y deliverasen si efectivamente, eran ataques verídicos o les fingía. Para ello, para poder averiguar si era autentico su padecer, debían retenerle en el hospital y esperar el momento de uno de los ataques y, así fue, llegó el momento de una de las crisis y el momento de la prueba definitiva y decisiva... cómo probar si eran ataques, pues metiéndole unas pequeñas astilla entre las uñas de las manos y los pies justo en el momento de crisis y si aguanta el dolor y no se inmuta, prueba superada. Mi abuelo regresó a casa esa misma semana. En breve mi abuela parió otro hijo y él siguió con sus trapicheos y pasaron los años. Contaba mi padre que, sus padres, siempre habían sido muy egoístas, que ellos se marchaban de parranda, comían cosas ricas y que a ellos, a los 9 hijos, les preparaban una cazuela de gachas para compartir... el que más rápido come, más come y el que menos, se queda silbando... cuantas veces me pudo decir mi padre, las veces que se le había pelado el paladar al escaldarse por comer rápido y sin soplar. Pasados unos años más, ya todos eran mozalbetes y se tenían que buscar la vida, mis abuelos, seguían viviendo la suya... pasaron otros pocos años, mil calamidades y harto de aguantar mi padre se marchó de casa después de una gran bronca y ahí, dejaron de hablarle. Llegó el tiempo en que mi padre conoció a mi madre y se casaron. Compraron un corderito para criarle para la comida de la boda, mis abuelos no fueron a la boda pero sí mandaron a la hija menor a casa de mi madre, con una cazuela para que pusiesen las ración de cordero que les tocaba a ellos dos como padres del novio. Se lo pusieron,se lo llevaron y alegremente seguro que se lo comieron. Mis padres se marcharon a trabajar a Australia y a su regreso, mi abuelo vino a convencer a mi padre para que se asociasen y trabajar juntos, había que invertir un dinero y obviamente, mi padre era quien supuestamente había traido esa cantidad de Australia y lo malo es que le convenció y mi padre invirtió y sin un duro se quedó. Nuevamente, dejaron de hablarse.
Yo conocí a mis abuelos el día de mi comunión, ese fue el momento del reencuentro. Conociendo sus antecedentes, pienso si en realidad quisieron venir a la comunión por conocerme o por la parte que les correspondía de la limonada y la comida que mi madre había preparado. Pasaron otros 10 años antes de que yo volviese a ver a mis abuelos ya que mis padres se marcharon nuevamente a Australia al poco de mi comunión. Fue después de este nuevo periplo cuando yo realmente pude conocer a mis abuelos ya que para colmo, ellos debido a que eran muy mayores y no podían vivir solos y, a pesar de que tenían 4 hijas, nadie les quería cuidar y finalmente, mis padres se hicieron cargo de ellos con lo cual, a la vez, me tocaba a mi ayudar. De joven, mi abuelo se pinchó en una ceja con una cambronera y esa herida nunca curó del todo bien y a raíz de eso y con la edad, aquello se convirtió en cáncer y le invadió el ojo izquierdo, le operaron varias veces y la única solución fue taparle el ojo con un trozo de piel que le quitaron del brazo, dejando un pequeño avispero para drenar la lágrima. Yo siempre le llevaba a las revisiones al hospital y recuerdo que en una de ellas, el médico le dijo; Felipe, ya no podemos hacerle nada más, así se tiene que quedar ya. El se puso en pie y gritando al médico le dijo, es que la ciencia está para algo y a mi me tienen que curar el ojo, a mi me tienen que curar el ojo. El médico no le hizo ni caso y le dije de irnos. En medio de la sala de espera, se tiró al suelo y fingió un ataque, echaba espumarajos por la boca y se retorcía como una serpiente. Salió el médico y le dijo, Felipe, se que estas fingiendo, pero a pesar de ello, te voy a ingresar unos días a ver que hago contigo. Y así fue... se quedo ingresado. A la mañana siguiente nos llamaron del hospital, que fuésemos que mi abuelo había muerto hacia unos instantes. Llegamos y el médico nos contó lo sucedido. Al parecer, mi abuelo era el único que veía y que se podía mover de los 4 que estaban en la habitación -ya que aunque tuerto, veía por un ojo y a pesar de los 85 años que tenía estaba ágil como nadie- y le pidieron que cerrase la ventana ya que estaba refrescando. El era muy pequeño y pesaba muy poco. Al intentar cerrar la ventana que era abatible hacia afuera y que quedan como suspendidas en el aire, al echar mano perdió el equilibrio y calló al vació... y ahí se acabó EL.
Debo reconocer que gracias a él, aprendí a quererme lo suficiente, pero no más...
jueves, 5 de enero de 2012
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