Este domingo no solo ha puesto broche a su
correspondiente fin de semana, sino que ha acontecido como un solemne
acto de clausura de una etapa de mi vida …,
Estas dos líneas superiores formaban parte del
borrador que inicie hará dos meses. No es que no siguiese escribiéndolo, mas no
sobre papel.
En los últimos años he escrito mucho pero todo
ha quedado en el inmenso borrador del pensamiento. A veces, me invade una leve
sensación que interpreto como si de una auto-pregunta se tratase y que otra
sensación igualmente leve, me responde. Ambas sensaciones las identifico como
parte de una oquedad, aunque no un vacío.
Ahora me hago la pregunta sin que esa
sensación de la que hablo me acompañe y, la respuesta sigue siendo la misma, no
lo sé … me gustaría seguir escribiendo con cierto ritmo ya que esa satisfacción
la echo en falta pero a la vez no siento carencia por no hacerlo.
… este domingo he entregado las llaves de la casa del pueblo a la inquilina. La casa que
de la noche a la mañana me convertí en dueña aun rezando para que algo me
impidiese serlo. Durante 6 años me estuve obligando a creer que estaba
enamorada del pueblo y que convertiría esa vivienda medio ruinosa , en una casa
repleta de mí. Llegado ese momento, una vez pagado el precio de esa obligación
interna, cuando la casa llegó a ser yo, entendí que no estaba ni enamorada del
pueblo ni de la casa y lo que durante años me negaba ni a tantear, lo hice en
unos días, deshacerme del vínculo que había esculpido a cincel en mi sentido de
culpabilidad. Si, culpabilidad por haber hecho lo contrario a lo que sabía
debía haber hecho, comprar es casa. Culpabilidad por haber arrastrado a mi hijo
a acompañarme en esta locura que tampoco era la mía.
En un fin de semana he dejado la casa vacía de
mis enseres personales. Allí había llevado todo lo que aquí en mi casa de
Madrid ya no sabía ni qué hacer con ello. Cientos de objetos grandes y menos
grandes, antiguos y menos antiguos, cositas que algunas había ido guardando y
coleccionando desde la niñez. Por mucho que intenté hacer hueco de nuevo para
traerles de vuelta a casa, no había forma, o, simplemente era la excusa, el
momento propicio para deshacerme de todos “ellos”… si, ellos, ya que les
consideraba a cada uno como único y parte de mi vida. Esto puede no sonar a evento atípico, cada día se alquilan casas y
se tiran a la basura millones de enseres, pero esta es mi situación, mi
momento. El momento de reconocer que soy sola, que no significa lo mismo que
estar sola y, que para que no deje de saberlo, para cerciorarme ya de una vez
que así es y que no debo entenderlo de otra forma, la vida quiso que nadie
estuviese disponible para ayudarme ese fin de semana a desmantelar y limpiar la
casa. Lo hice sola y he de aceptar la situación como parte del aprendizaje de
existir. Experimenté un momento de rabia por el hecho de hacerlo conmigo misma
ya que no me cuadraba el por qué y, otro tipo de rabia cuando no podía físicamente
transportar hasta el coche bolsas pesadas para llevar al vertedero, o, cuando
un tornillo estaba demasiado apretado y no tenía la fuerza suficiente, cuando
un tablón se caía hacia mí y yo sostenía otro, cuando todo esta tan revuelto
que lo que quieres es tirarlo todo sin más y, eso es justo lo que hice. En este caso sin rabia y con total
cordura de lo que estaba a punto de hacer, de lo que estaba ya haciendo.
Llegó
el momento de percibir aquello que llevaba acompañándome desde siempre como un
gran lastre y empecé a meter cosas y más cosas y muchas más en el maletero del
coche y directo al vertedero. Así hasta 7 viajes y, punto y final. Pienso que
de haber estado acompañada la cosa hubiese sido distinta, si alguien me hubiese
ayudado a reubicar todo lo que había por medio, todas mis cositas, pero eso nunca lo sabré. A mi regreso a Madrid,
a mi casa, ya una vez finalizado todo,
agotada y satisfecha, estaban allí mi hijo de 21 años con su novia sentados
tranquilamente ante el televisor, con aparente total normalidad. Algo flotaba
en el ambiente, el oxígeno lo percibía sólido
impidiéndome acercarme a ellos con la usual alegría después de no haberles
visto en unos días, mis ojos no querían encontrarse con los de mi hijo… la
razón/sinrazón no me permitía hacerlo
pero el corazón me dictaba lo contrario, y le di un fuerte abrazo. Al cabo de
unos días, le dije que si es que no me iba a preguntar por el tema de la casa,
que si se sentía mal por no haberme ayudado en nada y por eso lo evitaba. Hubo
palabras de excusa y casi llego a convencerme de que ni se dio cuenta de la
necesidad de ir a ayudarme.
Algo en mi ha cambiado desde entonces. Me he
liberado de la carga del vínculo que forzaba mantener con el pueblo y la casa,
y el vínculo que mantenía con mi hijo y su novia, se ha distanciado, creo que
para bien ya que ya no compartimos los fines de semana en aquella casa y de
esta forma cada uno de nosotros podrá evolucionar por separado, como debe ser.
Si analizo este escenario, lo que me ha
sucedido con la casa y el pueblo, para mi es de gran similitud a lo que
reconozco como matrimonio. El matrimonio es como mi casa, algo que llegado el
momento de contraer, nos invaden distintas sensaciones sin saber identificarlas,
dudas, miedos, inseguridad, expectativas sean falsas o no, seguido se da una
etapa de adaptación, otra de inadaptación, de amor, desamor, continuidad,
vínculos, auto convencimiento, entendimiento y resolución. No siempre se llega
a los dos últimos pasos, para bien o para mal. Pero lo importante bajo mi punto
de vista, es vivir la realidad sin engaños propios ni ajenos.
Hoy vuelvo a retomar este borrador después de
un par de semanas. Ayer una amiga me sugirió ir al cine, me dijo qué película
la parecía interesante ir a ver, la dije que sí
y de lo único que me enteré era
que sería en versión original, y en un cine lejano a mi domicilio. Tomamos unas cervecitas heladas ya que hacía más
de 38º y charlamos distendido. Algo a lo
que yo hice mención fue a lo que he comentado en el párrafo anterior lo cual
ella estaba totalmente de acuerdo y añadió, que a ella le sucedió algo parecido
durante años y que cuando quería haber acabado con su relación, hizo lo contrario
a lo que realmente deseaba y se casó con él en vez de dejarlo. En la
actualidad, están separados.
Aprender a conducir , se llamaba la película
que fuimos a ver anoche y, aunque “sencilla” está llena de grandes matices,
estos, idénticos a los que habíamos estado comentando mi amiga y yo antes de
entrar al cine, justo lo que comentaba yo en aquel párrafo superior. Matrimonio
aparentemente bien allegado, compartiendo cultura e intereses, afinidad y, de
la noche a la mañana él la deja por otra. Ella no entiende por qué ha sucedido
ya que su vida en común era perfecta. Ella trabajaba insaciablemente, solo
vivía para la palabras – era crítico literario- y sus libro. La película
transcurre con golpes y caídas maravillosas, como la vida misma. En una
secuencia, cuando el abogado que lleva el divorcio a ella le comunica la
posibilidad de tener que dejar la casa familiar, exclama; Esa casa soy
yo!! No la voy a dejar, esa casa soy yo!
Ahí se ha criado mi hija, hemos sido felices! Entremezclando palabras y
pensamientos, entre dientes, se la escucha decir en asombro; solo leíamos y
leíamos, no hacíamos el amor, nos ignorábamos, yo les ignoraba. En ese instante
es cuando la realidad aflora y ella se da cuenta que gran parte de su vida en matrimonio
ha sido una farsa.
Ella decide sacarse el carné de conducir ya
que hasta el momento de su separación jamás pensó en sacárselo pues su marido
conducía. Está claro que no importa el estatus social ni cultural, a muchas nos
ha pasado esto mismo, por ejemplo, a mí.
No solo me saque el carné de conducir al
divorciarme, sino que durante muchos años ( no quiero ni hacer mención de la
cantidad) había temporadas que me engañaba viendo una falsa realidad, yo quería
ver que todo era perfecto cuando no era más que todo lo contrario.
Me ha vuelto a suceder con la casa del pueblo,
me he vuelto a engañar, y seguro que me
pueda suceder de nuevo. Auto- engañarse no es más que algo natural del ser
humano, una herramienta de autodefensa , un antídoto que en vez de liberarnos
de los efectos del veneno, nos envuelve en ello acabando con nuestra existencia
lenta y agonizantemente.
Más de tres semanas transcurridas y de nuevo
por aquí, espero poder dar la última puntada a este montón de palabras.
Una semana atrás dan las 04:00 y, arriba!! Toca coger el coche y rumbo a la playa. Puede
que esta no sea la última vez que me acompañe mi hijo, pero me gustaría que no volviésemos
a ir juntos en algún tiempo. Puede que lo que siento yo lo sienta él también (
aunque lo dudo) y no lo sepa identificar, pero yo debo ayudarle a que lo vea y
a que no se sienta culpable por vivir su propia vida.
Lo hemos pasado bien, los 3. Mi hijo , su
novia y yo. La gente se cree que los dos
son mis hijos, con eso digo todo y lo que digo, se que es absolutamente
maravilloso. Ayer, de regreso a Madrid,
nos pillaron varias tormentas de granizo y lluvia con fuertes rachas de viento.
Andrea estaba muy asustada y me decía de parar en el arcén hasta que pasase la
tormenta. Yo en cambio estaba excitada de pasar esa experiencia… les dije;
chicos, tranquilos, esto para mi es pan comido. Como no lo iba a ser después de
haber estado yendo a Burgos durante más de un año fines de semana alternos,
subiendo y bajando el puerto de Somosierra nevando y chuzando, de noche y de
día. Y, nuevamente me dije; Sila, otra vez te pasó en esa época lo del párrafo
superior. A la vez, escuchar y sentir la piedra de granizo golpear bruscamente el
coche me recordó otra cosa que me enterneció a la vez que me hizo sentir dolor
en mi corazón… justo Andrea hizo referencia a hace unos años cuando hubo una
tormenta similar que dejó los coches del barrio marcados para siempre, llenos
de abollones y me preguntó que porqué el mío no lo estaba. No lo estaba, porque
ese día yo había llevado a mi madre al hospital y allí no había azotado la
tormenta a pesar de estar en la misma zona. Al llegar a casa y ver todos los
coches en el estado que se encontraban, mi madre me miró con esos ojitos suyos
y me dijo; al menos el haberme llevado al hospital ha salvado tu coche. Al día
siguiente la volví al llevar de urgencias y allí acabó sus días, pasados 30.
Curiosamente, la enorme granizada de ayer no ha dañado la chapa del coche…
Hay una canción que me parece de lo más
empalagosa por la forma que tiene de cantar el intérprete, yo le llamo el
llorón y creo que muchos así también le denominaran. Se trata de “You’re Beautiful”
de James Blunt. A pesar del empalago he
considerado totalmente real y posible lo que cuenta. En dos ocasiones lo he
sentido en estos días de vacaciones… una de ellas durante la visita al “Parque
Regional del Calblanque” mientras avistaba aves en las salinas. A lo lejos en
las piscinas de sal de color rosáceo, entre los flamencos, apenas se percibía
una silueta humana entre los rayos del sol de atardecer. Me parecía una fusión
perfecta, maravillosa, digna de poder observar. Pasados unos minutos y debido
al caer del sol empezó a invadirnos un banco de mosquitos y salimos pitando de
allí y también lo hizo el hombre que era aquella silueta humana. Me di cuenta
por el sonido que le acompañaba. Giré la cabeza y allí estaba. Le dije, me has
asustado con ese sonido tan peculiar que generas al caminar con ese traje acuático
– botas de pescador hasta la cintura sin más… bueno, sin más no, con él dentro-
y me responde; es agua que ha entrado y es lo que hace ese ruido. Nos miramos sonriéndonos
y sabiendo que podríamos haber entablado cualquier conversación, haber tomado
una cerveza, paseado por la playa, cualquier cosa. Cada uno cogió su coche y el
polvo del camino borró todas las ideas que habían llegado a mi pensamiento. De
regreso, ayer hicimos alto en “Baños de Mula”, baños termales de la época romana
que siempre que ando por la zona me gusta visitar. En esta ocasión, he
encontrado el sitio de un deprimido aplastante. Toda la región me lo ha parecido
y creo que no es buena idea regresar después de mucho tiempo a los lugares
donde lo has pasado bien o han gustado.
Al llegar a los baños, el local estaba completamente vacío y ni el dueño
estaba allí pero las puertas abiertas de par en par. Holaaaaa!!! Hay alguien?? Una
cabeza asoma por una ventana y nos dice; son 3 pues las piscinas de atrás son
las grandes, 20 euros la hora. 30 minutos fueron suficiente ya que aquello era
asfixiante. Salimos a la recepción, e igual, nadie había pero, olía que
alimentaba a paella. Justo allí en la barra del cochambroso bar, había una
sartén con arroz que a simple vista se percibía duro, y un hombre con tenedor
en mano comiéndolo. Ya hemos acabado, le digo y le entrego los 20 euros. El me
mira con sus ojos azules, enormes, sonríe tímidamente con ganas de decir algo ,
mostrando unos dientes perfectos y blancos, barba desarreglada al igual que el
pelo, ambos entre rubio y canoso, no muy alto, muy Cartaginés, me encanta! Al
igual que en el caso anterior, podría cantar:
You're beautiful. You're
beautiful.
You're beautiful, it's true.
But it's time to face the truth,
I will never be with you.
Y aquí
convierto este borrador en lo que quiera que sea.
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