Acabábamos de mudarnos a Wiley Street, habíamos dejado una casa que compartíamos con unos Españoles en Dickens, mis padres no estaban acostumbrados a convivir con quien no fuese su familia y decidieron aunque más caro, vivir con sus hijos en su propia casa.
Mi padre y hermano se habían ido ya a trabajar, mi hermana a clase y mi madre con una interprete a buscar colegio para mi. Yo me quedé en casa ya que estaba malita. Haciendo cálculo, tendría unos 9 años, llevaba en Australia unos 10 meses y ya hablaba Ingles de maravilla. Recuerdo que estaba viendo mi álbum de sellos, me fascinaban aquellos maravillosos coloridos, estampas increíbles, verdaderas obras de arte. Aprovechando que estaba sola, metí a Pancho conmigo a la cama, no hablo de un oso de peluche , sino del perrillo. (siempre he tenido perros, si echo la cuenta, habrán sido más de 30 hasta la actualidad) La mañana se me estaba empezando a hacer pesada, ya había visto los sellos, jugado con Pancho, visto Sesame Street y, como se suele decir; cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo, mata moscas... empecé a darle vueltas a la imaginación y de repente me dí cuenta que la casa era una auténtica cristalera, ventanales que abarcaban practicamente 2 de las paredes del salón, las ventanas de las habitaciones no tan grandes, pero aún así enormes , sin persianas y ni mucho menos rejas. De repente, agarré en brazos a Pancho y salí pitando hacía la casa de la vecina de al lado, una viejecita Australiana encantadora, llamada Clarkie. Llamé a su puerta desesperada y la dije que había visto un hombre asomado a la ventana de mi habitación, ella me dejó entrar en en su casa y allí esperé a que alguno de mis familiares regresase a casa. Fue mi madre la que llego antes y, al ver que yo no estaba en casa y que venía acompañada de Clarkie, ella, se alarmo pero, más lo hizo cuando una vez en casa, la conté como si de algo verídico se tratase, lo que yo había imaginado/inventado a cerca del hombre asomado a la ventana de mi habitación. Aún la veo apoyada en la encimera de la cocina, llorando, sosteniendo su cabeza en su mano derecha. La dije; no llores mama... y ella me dijo; como no voy a llorar, y si ese hombre consigue entrar en casa y te hace algo, no me lo hubiera perdonado en la vida y, añadió; maldita la hora que regresamos a este país. Nos vestimos y fuimos a esperar a mi hermana a la parada del bus escolar , ya que mi madre estaba muy asustada por si ese hombre aun andaba por el barrio. (más bien bosque, ya que el barrio era un anexo del mismo) Llegó mi hermana y fuimos a la casa a esperar a mi padre y hermano y contarles lo sucedido. Mi padre se quedó blanco y mi hermano cogió la escopeta de caza y se dirigieron al back yard que lo formaban 3000 metros de bosquecillo con una pequeña casita al fondo donde los hijos de los propietarios jugaban y la cual yo aun no había descubierto. Allí, en la casita, se encontraron un colchón, restos de alimentos y latas vacías de cerveza. También se dieron cuenta que alguien había colocado junto a la pared de la ventana de mi dormitorio, unos ladrillos en forma de escalera y que había pisadas de enorme tamaño, cercano a la ventana. Esa noche, en el ¨Headlight News¨ se informó de que habían capturado a un psicópata que había escapado de un sanatorio mental hacía unas semanas. La foto que mostraban era de gran parecido a la descripción que yo había dado, del hombre que yo había visto asomado ¨imaginariamente¨ esa misma mañana a mi ventana... nunca me atreví a decirles que posiblemente, lo que me había sucedido, había sido invención mía.... qué pasó aquella mañana en Wiley Street? a veces, aun me lo pregunto..
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Parece el guión de una interesante película que desgranara los miedos fantasmales a edades diversas. Lo que quizás nunca podamos saber, es si aquel hombre existió realmente. La mente es capaz de añadir o sustraer eventos para saldar sus propios conflictos.
ResponderEliminarAún recuerdo cuando una moza de 11 años, tras una corta desaparición mía (tendría yo 5 años y jugaba en casa de unos vecinos), contó al ser requerida por información, que me había visto irme acompañando a un hombre de traje gris. La desesperación de mi madre era enorme, y el revuelo considerable cuando aparecí con mis colegas. Vivía en un barrio populoso en el que alguien vestido de traje, hubiera sido como un semáforo; sin embargo, nadie más vió a aquel hombre, y el momento de gloria de aquella chica, quedó diluído (afortunadamente para ella), en una duda sin consecuencias.
Los mayores tienden a no creer las fantasías de los niños, salvo cuando se cruzan con sus peores pesadillas.